Cabecera Recuerdos de Cástaras
Miradas de artista
Juan Molino

Convecinos: memoria viva de Cástaras

La serie Convecinos del pintor Juan Molino es uno de los proyectos artísticos y documentales más singulares de la España reciente. Como residente de Cástaras desde 2003, Molino emprende, no como observador ajeno, sino como un miembro más de la comunidad, la tarea urgente de crear una «memoria plástica» de sus habitantes. Ante una realidad demográfica que amenaza con vaciar el pueblo en una década, cada lienzo es un acto de resistencia y un testimonio de un «presente tan incierto».

La idea germinó durante el confinamiento de 2020, cuando el artista, recluido en su estudio, decidió centrar su atención en retratar a los vecinos confinados en Cástaras. Los primeros óleos surgieron a partir de fotos de su archivo, sin que los retratados lo supieran. Con el levantamiento de las restricciones, en 2021 completó la serie fotografiando y pintando a quienes faltaban. Para el grueso de la colección, eligió el formato de retrato de pareja, evocando el estilo de las viejas fotografías enmarcadas que decoraban las casas de antaño, símbolo de unión y pertenencia.

Juan Molino junto a dos de sus cuadros de la serie Convecinos
El pintor Juan Molino posa junto a dos de sus obras de la serie «Convecinos».

En Convecinos, Juan Molino levanta un mapa emocional de Cástaras, un pueblo marcado por la despoblación. Lejos de una simple galería de efigies, la serie se convierte en un ejercicio de preservación cultural: cada lienzo fija un rostro, un gesto y un modo de estar en el mundo, devolviendo presencia a quienes permanecen en el territorio cuando muchos ya se han ido. Molino pinta a quienes todavía recorren las calles del pueblo y labran los bancales de su alrededor, transformando la pintura en documento vivo de una comunidad en riesgo de desaparecer.

La elección de los modelos, forzada por las circunstancias, lejos de empobrecer el proyecto, lo carga de sentido. Son aquellos que mantuvieron viva la vida cotidiana en medio del aislamiento: Paco, el curtido labrador; Gabriel, de mirada profunda; María, llena de dignidad; Pepe, de gesto sereno, con su pueblo como telón de fondo; Miguel y Encarna, siluetas recortadas sobre un fondo abstracto, casi onírico, que evoca las frescas alamedas del lugar... Cada uno es pintado desde la cercanía personal. Molino, conocedor del pulso íntimo del pueblo, opta por composiciones frontales y encuadres próximos que sitúan al espectador a la altura de la mirada del retratado. Esa proximidad, no solo física sino afectiva, permite que quien observa sienta que dialoga con cada figura.

Molino despliega un estilo coherente y personal. Su pincelada, suelta pero precisa en lo esencial, es expresiva y modeladora, y huye de todo preciosismo para centrarse en la verdad emocional del retratado: las arrugas, el brillo de los ojos, la tensión de los labios. La luz, a menudo lateral, parece emanar de las propias figuras, acariciando los rostros y modelando los volúmenes sin dureza, mientras los destaca sobre fondos que actúan como paisajes psicológicos. Estos se reducen a campos de color o a abstracciones que aíslan al retratado y subrayan su individualidad. Esta elección otorga a los personajes una atemporalidad que los sustrae del puro registro documental y los sitúa en un espacio de dignidad y permanencia.

El proyecto tiene también una dimensión sociológica. Cástaras, como tantos pueblos de la Alpujarra, ha visto su población reducida a unas decenas de habitantes. Molino no ignora esa realidad: sus modelos no son idealizados, sino que muestran las huellas del tiempo y del trabajo, cuerpos y rostros que cuentan historias de resistencia, soledad y pertenencia. Y, sin embargo, entre esos semblantes aparece también Theo, un bebé nacido en Cástaras en 2021 —posiblemente el último nacimiento registrado en el pueblo— que, aunque crecerá en lejanas tierras de ultramar, simboliza la esperanza, la continuidad posible: la certeza de que la memoria y la vida del lugar aún pueden proyectarse hacia el futuro. En ese sentido, Convecinos es tanto una serie de retratos como un inventario de la memoria oral y visual de Cástaras.

Vista general de la exposición 'Convecinos' en Cástaras
Vista de la sala de exposiciones con la serie «Convecinos» en exhibición.

La serie culminó en agosto de 2021 con una exposición en la sala de usos múltiples. En un gesto de inmensa generosidad, Molino donó la colección al Ayuntamiento, garantizando que las obras se convirtieran en patrimonio público y en un homenaje perdurable a quienes las protagonizan. Desde entonces, los diecisiete cuadros permanecen expuestos en la misma sala, como testimonio vivo de la memoria colectiva del pueblo. Con ese acto, quedó sellado el sentido último del proyecto, transfiriendo al Ayuntamiento la responsabilidad de velar por la conservación y la difusión de la obra. La adecuada custodia y puesta en valor de este patrimonio no solo honrará el propósito original —documentar un presente que se desvanece—, sino que contribuirá a que Cástaras y su gente ocupen su lugar en la historia.

En conjunto, la obra de Juan Molino en Convecinos trasciende el ejercicio pictórico para convertirse en un acto de amor, en un documento sociológico y en un monumento a la dignidad humana. No se trata solo de pintar rostros, sino de fijar identidades en un soporte perdurable, de afirmar que estas vidas merecen ser vistas y recordadas. Les otorga una permanencia que la demografía les niega. En cada cuadro hay una invitación al espectador: detenerse, mirar y reconocer la humanidad que late tras esas miradas. Así, la serie no solo preserva una memoria, sino que la comparte con la misma delicadeza con que se mira a un amigo. A través de su mirada empática y de su pincel magistral, Juan Molino nos lega un atlas humano de Cástaras, asegurando que, aunque el futuro sea incierto, los rostros de su gente —sus historias, su temple y su profunda humanidad— queden grabados para siempre en el lienzo y en la memoria.

Aunque esta página permite explorar la colección al completo, la experiencia de contemplar las obras en directo es insustituible: acercarse al corazón del pueblo es dialogar con las miradas que custodian su memoria. La invitación queda abierta.

La colección

1. Juan Ortega y Pura: (Óleo sobre lenzo, 92 x 73 cm, 2020-2021) La ternura y el arraigo a la tierra rebosan en el retrato. La composición, con Pura apoyando la mano sobre el hombro de Juan, transmite toda una vida de afecto y apoyo mutuo. A diferencia de otras obras de la serie, el entorno se representa de manera figurativa: muestra la casa del matrimonio en el Poco Trigo, un caserío blanco anidado en el verdor de la ladera. Esta elección no solo retrata a la pareja, sino también su íntima conexión con su pueblo natal, Cástaras, el terruño donde han construido su historia. La luz, suave, envuelve una paleta armoniosa: el rojo vibrante de la blusa de Pura dialoga con el turquesa de la camisa de Juan, enmarcados por los verdes del entorno. Es una celebración de toda una vida edificada en la tierra que los vio nacer y crecer.

Retrato de Pura y Juan
Separador

2. Gabriel y Paco: (Óleo sobre panel, 66 x 55 cm, 2020-2021) Esta obra constituye uno de los pilares de la colección. Representa a los hermanos viudos Paco y Gabriel. Más que un retrato de pareja, es un monumento al vínculo fraternal y a la memoria compartida. La composición es sólida y terrenal: los dos hombres están sentados como si formaran parte de un mismo banco de piedra. El fondo, con franjas verticales en tonos púrpura, recuerda las lamas de una persiana o un portón —tal vez las Escalerillas de la Placeta—, creando un ritmo que resalta su presencia inmutable. La paleta —ocres, azules intensos y verdes apagados— y la pincelada que talla sus rostros reflejan una vida de trabajo y capacidad de adaptación.

Retrato de Gabriel y Paco
Separador

3. Familia Castilla: (Óleo sobre lienzo, 92 x 65 cm, 2020-2021) Rompiendo con el formato de pareja predominante en la serie este retrato muestra tres figuras que sugieren distintas generaciones o roles dentro de la familia. A diferencia de la mayoría de los retratos, el fondo representa un paisaje reconocible, evocando el Molino, lo que ancla al grupo directamente a su tierra. La atmósfera es cálida y optimista, especialmente gracias a la sonrisa abierta de Guillermo. El detalle de la camiseta con el logo de «Eskorbuto» añade un interesante contrapunto cultural, conectando la tradición rural con una identidad más contemporánea y mostrando la complejidad de la comunidad.

Retrato de la familia Castilla
Separador

4. Juan y Matea: (Óleo sobre lienzo, 92 x 65 cm, 2020-2021) Este doble retrato presenta una atmósfera de luminosa cotidianidad. La pareja, sentada al aire libre, mira directamente al espectador, creando una conexión franca y serena. A diferencia de otros retratos con fondos abstractos, aquí el entorno está sugerido con planos geométricos que evocan las escaleras de una plaza o una calle del pueblo, situando a los personajes en su contexto vital. La luz es clara y diáfana, y el color juega un papel fundamental: la blusa de un rojo anaranjado de Matea aporta una calidez y una vitalidad que contrasta con la camisa de franjas azules y blancas de Juan, creando un equilibrio visual. Molino modela las figuras mediante manchas de color enérgicas, capturando un momento de reposo y vida compartida bajo el sol de la Alpujarra.

Retrato de Juan y Matea
Separador

5. Gonzalo e Hipólita: (Óleo sobre lienzo, 73 x 54 cm, 2020-2021) Solidez y arraigo a la tierra son las sensaciones que transmite este lienzo. Ambas figuras miran de frente con una expresión serena, pero firme. La luz, casi cenital, esculpe sus facciones, acentuando la dignidad de la edad. El fondo, en una paleta de blancos, azules y grises, no es completamente abstracto, sino que sugiere las formas geométricas y las paredes encaladas de la arquitectura del pueblo, integrando a la pareja en su entorno vital. Es un retrato que habla de una vida compartida, estable y profundamente conectada con su lugar.

Retrato de Hipólita y Gonzalo
Separador

6. Pepillo o Pepe el de Modesto: (Óleo sobre panel, 74 x 55 cm, 2020-2021) Un magnífico ejemplo de retrato ambiental. «Pepillo» no está aislado sobre un fondo abstracto, sino integrado en su entorno. Sentado de manera relajada, con la torre y las casas del pueblo claramente visibles detrás, el personaje forma parte del paisaje. El azul vibrante de su camisa a cuadros contrasta con los tonos terrosos de la arquitectura, convirtiéndolo en el foco central. Es una celebración del individuo como parte inseparable de la identidad y la vida del pueblo.

Retrato de Pepillo
Separador

7. María la de Navarrete: (Óleo sobre lienzo, 65 x 54 cm, 2020-2021) Un retrato individual de una fuerza y dignidad inmensas. La composición es clásica y piramidal, centrada en la figura de la matriarca sentada. Su mirada directa y sus manos firmemente apoyadas sobre un cayado transmiten autoridad, serenidad y la sabiduría de una vida entera. El fondo, una atmósfera arremolinada de tonos pastel —rosas, celestes y amarillos—, contrasta con la solidez de la figura, elevándola y dándole un aura casi celestial. Es un homenaje reverencial a la figura de la anciana como pilar de la comunidad.

Retrato de María la de Navarrete
Separador

8. José y Lola de los Retamales: (Óleo sobre lienzo, 73 x 54 cm, 2020-2021) La luz cálida y vibrante envuelve a la pareja con una sensación de nostalgia poética. El fondo sugiere un campo de flores amarillas o un paisaje a pleno sol, pintado con una pincelada suelta y enérgica que evoca el impresionismo. La pareja parece inmersa en este mar de luz. El sombrero azul del hombre añade un toque de color frío que equilibra la composición. Sus expresiones son contemplativas, como si estuvieran absortos en un recuerdo compartido, lo que le da al cuadro una cualidad profundamente nostálgica y poética.

Retrato de Lola y Jose
Separador

9. José y Toñi: (Óleo sobre lienzo, 92 x 65 cm, 2020-2021) Aquí, Molino juega con un contraste sutil en las personalidades. La mirada de José es directa y penetrante, mientras que la de Toñi, enmarcada por unas gafas modernas, es más suave y ligeramente desviada. Esta diferencia crea una dinámica psicológica interesante. El fondo, dividido en planos geométricos de colores fríos (azules, verdes, blancos), aporta una modernidad a la composición y sirve para separar y unir a las figuras simultáneamente. El jersey de Toñi, con su patrón en zigzag, añade un foco de textura y ritmo visual.

Retrato de Jose y Toñi
Separador

10. Lola y su hijo Paco: (Óleo sobre lienzo, 73 x 54 cm, 2020-2021) Una de las obras más conmovedoras y psicológicas de la serie. La expresión de Paco, serena y afable, contrasta con la de su madre, Lola, profundamente introspectiva, con los ojos casi cerrados en un gesto que evoca melancolía o recuerdo. Este contraste de miradas constituye el corazón emocional del cuadro. El fondo, una rica abstracción en tonos pastel —morados, azules, anaranjados— funciona como un telón de fondo anímico que aísla a las figuras y nos invita a adentrarnos en su mundo interior. Los contornos de los personajes, especialmente en la parte inferior, se funden suavemente con esta abstracción, reforzando la idea de que es un retrato anclado en la memoria más que en la realidad física. Es una obra que explora los lazos familiares, el paso del tiempo y la coexistencia de la serenidad y la nostalgia en el seno de una familia.

Retrato de Lola y su hijo Paco
Separador

11. María y José de la Placeta: (Óleo sobre lienzo, 73 x 54 cm, 2020-2021) El uso audaz del color crea un retrato poético y profundamente afectivo. La escena se sumerge en una atmósfera dominada por tonos rosa, fucsia y magenta, que funden a las figuras con el fondo, alejándolas del realismo descriptivo y situándolas en un terreno de pura emoción. Detrás de la pareja se insinúa un ramaje que evoca la buganvilla que adorna la fachada de su propia casa, un detalle íntimo que refuerza la sensación de lirismo. Las expresiones, amables y serenas, transmiten calma. No se trata de un retrato que aspire a describir, sino a evocar un sentimiento: el de una memoria teñida de cariño, una visión idealizada y cálida del vínculo de la pareja, simbolizado en el color vibrante de la flor.

Retrato de Maria y Jose
Separador

12. Sergio Santiago: (Óleo sobre panel, 33 x 26 cm, 2020-2021) Este retrato posee un peso simbólico inmenso: representa a Sergio, el dueño del bar de la Placeta, un punto de encuentro esencial que articulaba la vida social de Cástaras. Molino lo pinta con dignidad y respeto, otorgándole una presencia serena y sólida. La mirada de Sergio, pensativa y dirigida ligeramente más allá del espectador, aporta un aire de meditación y cierta distancia. El artista recurre a una paleta no naturalista en el rostro, con toques de púrpura y ocre, técnica que modela el carácter y la emoción antes que la mera apariencia física. El fondo, una atmósfera de azules y verdes, envuelve la figura y dirige la atención hacia su gesto. Es el retrato de una figura central cuya labor fue clave para la cohesión y la vida cotidiana de la comunidad.

Retrato de Sergio
Separador

13. Paquillo, hijo de Vitorica y Paco: (Óleo sobre panel, 73 x 50 cm, 2020-2021) Un retrato individual que captura un momento de pura cotidianidad. La composición es dinámica, con un fondo de planos geométricos y colores cálidos que recuerdan a la arquitectura del pueblo vista a través de una lente cubista. El personaje, con una sonrisa tímida y una botella en la mano, es representado con una naturalidad que desarma. No es una pose formal, sino un instante robado que revela el carácter sencillo y cercano del retratado.

Retrato de Hombre con botella
Separador

14. Miguel y Encarna: (Óleo sobre lienzo, 92 x 60 cm, 2020-2021) Un fondo abstracto y onírico, el más llamativo de toda la serie, caracteriza esta obra. Es una explosión de colores pastel —rosas, malvas, amarillos y verdes— que se entrelazan como un tapiz floral o un paisaje soñado. Sobre esta atmósfera etérea, las figuras emergen con una presencia que desborda emoción. La mirada de Encarna, penetrante y melancólica, contrasta con la expresión más introspectiva de Miguel. La obra no se limita a retratarlos; se adentra en el mundo interior de la pareja, desplegando un mapa de recuerdos y emociones compartidas.

Retrato de Miguel y Encarna

Separador

15. María y Paco Jesús: Este es uno de los retratos más formales de la serie. La pose, frontal y solemne, denota preparación y cuidado; detalles como la corbata de Paco Jesús y las joyas de María refuerzan la sensación de que la pareja se ha dispuesto para la ocasión, otorgando a la pintura el aire de un retrato de estudio de otra época. El fondo, neutro y brumoso, elimina cualquier distracción, centrando la atención en la presencia digna de los retratados. A través de sus miradas serenas, se percibe un vínculo silencioso y profundo. El carácter formal de la obra se acentúa con la firma visible del artista. Retrato de María y Paco Jesús

Separador

16. Cati y Juan: (Óleo sobre lienzo, 73 x 54 cm, 2020-2021) Juan Molino se retrata junto a su esposa, diferenciando la obra del resto de la serie por la presencia del propio pintor. Aun así, mantiene el mismo propósito que en los demás cuadros: trascender el parecido físico para captar la verdad interior de los retratados. Ambos aparecen serenos y de frente, con una complicidad que se expresa en sus miradas: la de Cati, directa, establece un vínculo inmediato con el espectador, mientras que la de Juan, más introspectiva, refleja al artista que se observa a sí mismo en el acto de crear. De fondo, Cástaras y la sierra Contraviesa aparecen como paisaje reinventado y filtrado por la memoria y la luz cambiante del atardecer. La pincelada, sensible y matizada, modela los rostros con calidez e integra a la pareja en una atmósfera poética. El cuadro se convierte así en una declaración íntima: al incluirse en la escena, el artista se reconoce también como «convecino», parte de la memoria viva que la serie se propone conservar y celebrar.

Retrato de Cati y Juan
Separador

17. Theo: (Óleo sobre panel, 33 x 26 cm, 2020-2021) Temáticamente, este retrato es uno de los más importantes de toda la serie Convecinos. Representa a Theo, nieto del pintor canadiense Jack Harris Rutherford, nacido en la aldea en 2021. Molino lo trata con la misma solemnidad y profundidad psicológica que a los ancianos del pueblo, huyendo de cualquier sentimentalismo. La mirada del bebé es ausente, desenfocada, y sabiendo que no residirá en Cástaras, su expresión adquiere un aire de melancolía y gravedad. La pincelada es densa y constructiva, mientras que el fondo, con sus planos de colores vivos (azules, púrpuras), que sugiere una ventana, se convierte en el símbolo de una mirada hacia un futuro que, aunque existe, se desarrollará lejos del lugar. Si los retratos de los mayores son la memoria de Cástaras, el de Theo es el testimonio agridulce de una vida que brota en Cástaras pero que continuará por lugares lejanos de ultramar.

Retrato de Theo
Separador

El autor

Autorretrato de Juan Molino

Juan Molino (Mancha Real, 1949) es un pintor formado en las escuelas superiores de Bellas Artes de San Carlos de Valencia y de San Fernando de Madrid, donde estudió con profesores como Francisco Baños, Francisco Nieva, Francisco Echáuz y Antonio Guijarro, y compartió aula con artistas como Carmelo Palomino Kaiser, Francisco Huete, Luis Flores o Manuel Narváez Patiño. Su obra establece un diálogo constante entre el paisaje, la memoria y el alma humana. Para él, el fin último del arte es capturar el espíritu del modelo, trascender el parecido para revelar la emoción, el carácter y la sensibilidad que habitan en un rostro.

La docencia fue el motor de un viaje por geografías que nutrieron su mirada —León, Valladolid, Madrid y Granada—. Estos paisajes y sus paisanajes dejaron una huella profunda en su sensibilidad pictórica y en el modo de traducir el mundo en colores y formas. Su pintura abarca el retrato, la naturaleza, el paisaje y la abstracción, siempre con un mismo afán: atrapar la emoción que se esconde tras lo visible.

En sus retratos late la intimidad de los lienzos dedicados a sus hijas, la presencia de figuras como Tierno Galván o José Luis Sampedro y la cercanía de amigos y personajes populares de Cástaras. Lo mismo ocurre en sus paisajes y en sus obras más libres, donde la luz y la forma se convierten en un lenguaje emocional. Cada pincelada suya confirma que la meta no es la mera representación de una cara, un árbol o una forma, sino desvelar el alma que los anima.

Con una sólida base en la neofiguración de los años setenta, su estilo evolucionó hacia un expresionismo vibrante y colorista, con resonancias de Cézanne y Kokoschka, que combina la energía del gesto con una profunda sensibilidad poética. Molino no pinta para impresionar, sino para recordar: su obra, honesta y sin artificios, es una ventana a la nostalgia, al arraigo y a la vida de quienes lo rodean. A lo largo de su carrera, ha sido reconocido por críticos y pintores de su generación. Ha expuesto en Granada, Madrid, León, la Diputación y el Museo de Jaén, así como en el Museo Zabaleta-Miguel Hernández de Quesada y en la Biblioteca de Andalucía de Granada. Cuenta con obras en el fondo de Pintura de Paisajes de la Caja Rural. Reside en Cástaras desde 2003, plenamente integrado en la comunidad local como un vecino más.

Separador decorativo

 

Icono inicio
Inicio