Escritos y publicaciones

 

Homenaje a Jean-Christian Spahni

 

Obras de Jean-Christian Spahni: Algunos aspectos de la cerámica popular en las provincias de Granada y Almería

A lo largo de varios años de la década de los cincuenta, Jean-Christian Spahni estudió la cerámica granadina y almeriense producida en los alfares de Fajalauza y de San Isidro, de Granada, en el de Miguel García Sierra, de Ugíjar y en los de Níjar y Sorbas de la provincia de Almería. Cerámica que todavía entonces era parte básica de los sobrios ajuares domésticos y de cocina de las casas alpujarreñas y por ende castareñas. Estos objetos cerámicos han dejado de usarse con la función para la que fueron concebidos, estando la industria centenaria que los producía en trance de desaparición, si es que no ha desaparecido ya. Tan solo quedan vestigios testimoniales, museísticos y decorativos, de lo que fue esta actividad artesanal en tiempos cercanos.

El estudio al que nos referimos, publicado en 1958 por el Instituto de Etnografía de Ginebra, con cuyo museo colaboró intensamente Spahni, ha permanecido un tanto incógnito para los alpujarreños, cuyo destacado papel, como usuarios la mayor parte y artesanos productores unos cuantos, está fuera de duda. Para evitar ese desconocimiento y recordar usos y costumbres de antaño, hemos considerado oportuno traducir y publicar en Recuerdos de Cástaras, dentro de las páginas de homenaje que venimos consagrando al etnólogo suizo, este artículo que trata de un aspecto, escasamente estudiado, propio de nuestras viejas tradiciones.

Agradecemos al Museo de Etnografía de Ginebra y al Museo Nacional de Antropología las facilidades ofrecidas para preparar esta página.

 

ALGUNOS ASPECTOS DE LA CERÁMICA POPULAR DE LAS PROVINCIAS DE GRANADA Y ALMERÍA (ESPAÑA)

por

Jean-Christian SPAHNI

(Traducción del original en francés: Jorge García)

 

 

En los últimos años hemos estado realizando un amplio estudio de la cerámica de Andalucía. Son numerosas las aldeas de esta vasta región donde los alfareros fabrican, con los mismos medios rudimentarios en todas partes, piezas cerámicas de primera necesidad: jarras de agua, grandes cuencos, platos, etc. Sin embargo, en algunos lugares, la cerámica se ha convertido en el centro de una próspera industria en manos de unos cuantos propietarios. En este primer estudio vamos a analizar algunos aspectos particularmente característicos de esta interesante forma de artesanía en las provincias de Granada y Almería.

Provincia de Granada

La cerámica popular de Granada

En el mismo extrarradio de Granada hay dos grandes fábricas de cerámica en pleno desarrollo. La más conocida se llama Fajalauza, la segunda Cerámica de San Isidro. Cada una ocupa un área de varios cientos de metros cuadrados.

La fábrica de Fajalauza existe desde hace al menos cinco siglos. Se remonta, por lo tanto, a la ocupación musulmana de Andalucía, que en Granada finalizó en 1492. La cerámica de esta época, conservada en distintos museos de la ciudad, muestra formas y decoraciones que han variado poco con el tiempo. Únicamente en dos motivos decorativos se ejercita la imaginación de los artesanos: la granada y el pájaro (por lo general un gorrión). Ramas y flores completan la decoración del conjunto. Los colores empleados son verde y azul. A finales del siglo XV, se añadieron toques de oro, pero, probablemente a causa de los costes elevados, se retornó al proceso primitivo para no apartarse de él desde entonces.

La influencia morisca es notable, no sólo en los adornos, sino también en las formas de los objetos. En nuestra opinión, la cerámica de Granada muestra también cierta influencia italiana que refleja el esplendor de Renacimiento en los momentos finales de la Reconquista y, más tarde, bajo el reinado de Carlos V.

Durante los siglos siguientes la fábrica de Fajalauza debió seguir funcionando, sin que se note evolución alguna ni en la ornamentación ni en la hechura de las piezas. Sin embargo, a principios de siglo XX, bajo la presión del progreso y de los cambios en las formas de vida, se incorporan nuevos objetos. Finalmente, en la última década, la influencia del turismo se ha dejado notar en la fabricación de artículos de dudoso gusto, de colores llamativos y vulgares, que afortunadamente se corresponden más con la necesidad de aumentar la producción, que con cambios profundos en la tradición.

La tierra utilizada procede del Beiro, torrente que desciende desde una colina que domina la ciudad de Granada. Transportada a la fábrica cercana en camiones o con burros, se reduce a pequeños trozos mediante una maza de metal (lámina II, fig. 1). Estos fragmentos, se dejan secar durante dos días en el mismo centro de la fábrica, luego se echan a estanques llenos de agua, de unos 5 metros de lado y 1,5 metros de profundidad, donde permanecen hasta su total desintegración.

La arcilla así obtenida se tamiza. Se pasa de un estanque a otro a través de un colador (harnero) que retiene las impurezas (chinas) de todas clases que contiene. Entonces se deja reposar en los estanques cinco o seis días, es decir, el tiempo necesario para que adquiera consistencia de pasta de modelar.

Un operario comienza entonces a trabajar esta pasta con los pies (esta penosa tarea recibe el nombre de «pisarlo»). La masa pasará pronto a uno de sus compañeros, que la trabaja con las manos (esta operación se llama «sobar la tierra»). La pasta resultante se corta en grandes pellas cómicas que pesan de 2 a 3 kilos y se distribuye a los artesanos (alfareros). Estos utilizan un torno de pie, medio enterrado en una fosa angosta, ahuecada bajo el suelo de la fábrica, al abrigo de un hangar. Llevan a cabo su tarea (torneado) con seguridad y celeridad sorprendentes, mojando sus manos constantemente. Trabajan a ojo sin utilizar calibre ni compás de exteriores. A lo sumo, se ayudan con un trozo de caña (caña), que les permite no sólo afinar la forma del objeto, sino también alisarlo por dentro y por fuera. La piezas se separan del torno mediante un hilo de esparto (cordel o tozal) deslizándolo por debajo. Las asas se añaden y fijan después.

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Los cacharros se secan al sol entre dos y cuatro horas (según la estación) colocados en tablas largas y estrechas, y después se sumergen en una mezcla cuya composición química es un secreto celosamente guardado por los propietarios de la fábrica. Este baño o esmalte de color azul grisáceo, que en cualquier caso contiene plomo y estaño, se torna blanco durante la cocción, proporcionando a las piezas un brillo característico.

Usando pinceles tan finos como rudimentarios hechos con simples trozos de madera y mechones de pelo, los artistas inician su trabajo. Utilizan un esmalte azul, rico en óxido de cobalto, y otro verde a base de sales de cobre. Desde hace poco tiempo se usa también un color marrón cuya fórmula se mantiene secreta.

Los objetos de gran tamaño son asunto de los hombres (Lám. II, fig. 2). Su decoración se reduce a un juego armonioso de líneas, puntos, diseños geométricos y flores. La decoración de las piezas pequeñas corresponde a las mujeres. Los artistas pintan a su capricho, sin  utilizar modelos, adaptado la ornamentación a las formas del objeto. Y generalmente recurren, como ya hemos dicho, a dos motivos: la granada y el pájaro. La granada se representa parcialmente abierta y a veces acompañada por las armas de la ciudad. En cuanto al pájaro, se representa en las situaciones más inesperadas: saltando, volviendo la cabeza, mirando entre las patas, volando... También se inspiran en motivos geométricos simples: triángulos, cuadrados o líneas entrelazadas. Pero cualquiera que sea el tema, el artista juega con las dificultades para crear auténticas obras maestras de sutileza, de encanto y de agudeza, donde el azul y verde, resaltados por un fondo casi pálido, contribuyen al mejor efecto visual. (Lám. IV, fig. 1-6). Lo mismo se aplica a los azulejos (azulejos) que recubren suelos y paredes en muchas casas de Granada o utilizados para cercos de chimeneas,  estanques, patios, etc. (Lám. IV, fig. 2).

Después de pintados, los objetos se apilan cuidadosamente en un gran horno que tiene la misma forma que una casa pequeña de dos plantas (Lám. II, fig. 3). La cámara interior está hecha con ladrillos refractarios. El fuego se encuentra bajo el nivel del suelo. El techo del horno está atravesado por una serie de orificios cuadrados, de veinte centímetros de lado, a través de los cuales escapa el humo. La carga del horno (ajornar o ahornar) es una tarea delicada porque se debe aprovechar al máximo el espacio disponible. Para evitar que las piezas situadas en la parte baja se deformen con el peso de las demás, se disponen verticalmente gruesos cilindros de terracota (pilares), formando columnas que soportan otros cilindros más pequeños dispuestos horizontalmente formando capas (humares) y dividiendo la cámara del horno en varios pisos. Para separar los objetos entre ellos, se emplean unos útiles triangulares de barro cocido llamados trébedes. Las piezas delicadas se colocan en cajones de terracota, de modo que las altas temperaturas no las deterioren. Terminada la carga, se cierra la puerta del horno con ladrillos. El fuego se alimenta con haces de ramas de roble y de pino. Se recarga cada media hora. La temperatura alcanza progresivamente al menos 900 grados, mientras las llamas atraviesan los espacios entre las piezas. La cochura, que tiene lugar cada quince días a veces cada semana dependiendo de la venta dura 24 horas. El enfriamiento del horno requiere de 1 a 3 días. Después se procede al desenhornado. Con golpecitos secos de martillo se retiran las trébedes adheridas a las piezas, en las que dejan huellas reconocibles.

Los objetos se dividen en dos categorías: los menos decorados para usos corrientes y siempre presentes en la mesa de la cocina (Lám. III, fig. 1-2; Lám. IV, fig. 5), y otros cuidadosamente decorados, para empleos más selectos. Incluyen una gran variedad de platos y cuencos (Lám. III, fig. 1-8, Lám. IV. Fig. 1-6), tazas, cuencos y platos (Lám. III. Fig. 9. -10), floreros y maceteros (lámina III. fig. 7), jarras (Lám. III, fig. 8), jarras para leche y agua, vinagreras (Lám. III, fig. 3-6; Lám. IV, fig. 1 y 6), candelabros, lámparas de aceite (de imitación árabe), a los que todavía hay que añadir platos de aperitivo y servicios de café, té y cerveza, en cuya fabricación han influido las exigencias de los turistas.

Lámina III

 

Manda la costumbre que los propios clientes elijan lo que necesitan en las salas de exposición instaladas a propósito por Fajalauza y San Isidro. De hecho, es curioso constatar que en las tiendas de Granada rara vez se ven los productos de estas dos fábricas locales; la cerámica expuesta en sus escaparates procede de otros puntos de España. Así se explica por qué antes los extranjeros desconocían la existencia de esta artesanía. Hoy, sin embargo, vienen de lejos para abastecerse de artículos que son justamente admirados por sus compradores, españoles o turistas de todas las nacionalidades.

 

 

La cerámica popular de Ugíjar

El pequeño pueblo de Ugíjar está situado al sur y a los pies de Sierra Nevada, en el corazón de la Alpujarra, que es una de las regiones más pintorescas de Andalucía. Aunque perdido en una zona desértica, ocupa una posición privilegiada, alimentándose de un oasis verde donde crecen con éxito, gracias a un clima tropical, naranjas, limones, aceitunas, trigo, etc. En un entorno algo elevado al este de la aldea, en el barrio más modesto, viven unos cuantos alfareros. La pequeña fábrica de Miguel García Sierra, con mucho la mejor equipada, se extiende sobre una superficie de un centenar de metros cuadrados (Lám. II, fig. 4). Es el ejemplo perfecto de una artesanía muy local que distribuye sus productos dentro un radio limitado. Los procesos de fabricación son muy similares a los descritos para Fajalauza y San Isidro, salvo algunas características que vamos a señalar.

El material utilizado resulta de la mezcla de dos arcillas diferentes: una rojiza, procedente de una yacimiento ubicado a 2 km. del pueblo, la otra blanca, traída desde una colina a 1 km de Ugíjar. Los alfareros pagan 250 pesetas al propietario del terreno por la extracción de la arcilla que necesitan.

La arcilla no se amasa con los pies, sino únicamente con las manos, añadiendo un poco de ceniza para que no se pegue a la cabeza del torno (Lám. II, fig. 5).

Después del torneado, las piezas se bañan, sólo interiormente, con un líquido grisáceo que contiene sales de plomo —este mineral proviene de Linares y cuesta 12 pesetas el kilo—. Durante la cocción, el baño toma un hermoso color entre blanco y amarillo dorado.

El horno es una construcción de piedra en seco con una altura de unos cinco metros y una anchura de 3,50 m. La cámara, revestida con ladrillos refractarios, mide tres metros de profundidad, dos metros de altura y dos metros y medio de ancho. Agujeros circulares en el techo permiten escapar al humo. El fuego se alimenta con haces de romero, tomillo, etc. La carga requerida equivale a 4 haces.[1] Sobre la base del horno, se coloca una hilera de ladrillos (raga de ladrillos) para proteger las piezas del fuego. Los objetos se separan entre sí por pequeños cuerpos de arcilla cocida. El horno se cierra con ladrillos de la misma arcilla utilizada para hacer los recipientes. La cocción dura entre 14 y 15 horas y se repite cada 10 a 15 días.

La fábrica de Ugíjar no elabora más que un número limitado de objetos (Lám. III, fig. 11-15; Lám. IV, fig. 1-2), sin decoración, de uso diario: jarras de agua o cántaros (Lám. III, fig. 11), Pipos, jarras o tinajas (Lám. III, fig. 12), platos grandes (fuentes), ollas (ollas), terrinas o lebrillos (Lám. III, Fig. 13), curiosas piezas acampanadas (Lám. III, fig. 14) que sólo sirven para volver las frituras (volvedores), vasijas para la leche (Lám. III, fig. 15; Lám. V, fig. 1 -2), para la fabricación de queso (queseras), ladrillos, tejas, baldosas, etc.

El alfarero trabaja solo; un muchacho se dedica al mantenimiento de los estanques de evaporación y a la carga del horno durante la cocción. La mujer del alfarero, va al mercado Ugíjar donde tiene un pequeño mostrador. Sin embargo, son muchos lugareños que vienen a la fábrica para comprar directamente los artículos que utilizan. Algunos minoristas llegan igualmente para aprovisionarse. Los objetos, colocados en capachos de esparto llenos de paja se cargan en burros y se venden en las inmediaciones: Adra, Murtas,  Cádiar y Albuñol.

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Provincia de Almería.

La cerámica de Níjar

La pequeña localidad de Níjar se encuentra a unos 32 km al noreste de Almería, a los pies de la Sierra Alhamilla, en una tierra quemada por el sol donde tan solo caen 200 mm de lluvia al año. Estos campos calcinados producen únicamente, y casi sin agua, cactus, chumberas y esparto.

La única riqueza de la aldea es la cerámica que se exporta, no sólo a toda la provincia de Almería, sino también a Murcia, Granada (la hemos encontrado incluso en las aldeas encaramadas en lo alto de Sierra Nevada), Málaga y Sevilla.

Los orígenes de la cerámica Níjar no se han podido determinar con certeza. Tiene muchas similitudes con la de África del Norte, sobre todo con la de Fez, como hemos aprendido en el magnífico estudio de Cabañas[2]. Un dato a destacar es el creciente número de fábricas en la última centuria (seis en 1848, una docena durante nuestra visita en 1958). Este desarrollo no ha tenido, afortunadamente, ningún impacto en el modo de trabajar de los alfareros ni en los motivos decorativos utilizados.

La arcilla que se emplea se extrae al este del pueblo. Es una tierra de color beige, mezcla de marga y de arcilla ferruginosa. Los alfareros la compran ya preparada a los dueños de los yacimientos, que se encargan de la extracción.

Cada fábrica ocupa una superficie modesta. Su aspecto no está lejos de parecerse al de la fábrica de Ugíjar que acabamos de describir. Por lo general se se denominan «oficio» mientras que la palabra «taller» queda reservada para denominar específicamente al hangar donde se tornean y decoran las piezas de cerámica. Estas denominaciones las encontramos igualmente en Granada, Ugíjar y Sorbas.

El tratamiento de las tierras sigue las mismas pautas ya mencionadas. Los objetos preparados se sumergen en un baño de caolín. Esta arcilla blanca proviene de la aldea costera de Rodalquilar, donde abunda. Su precio actual es de 150 pesetas por tonelada. Una vez secadas las piezas éstas vuelven a manos del alfarero que las somete a una nueva operación de refinado (raer).

Otro baño, esta vez con una mezcla de alcohol y galena, tiene por objetivo hacer los recipientes resistentes al agua.

Después comienza la decoración, exceptuando a los objetos grandes (cuencos, por ejemplo) que se apilan directamente en el horno, del que saldrán con  una atractiva capa blanquecina y brillante.

Las mujeres son las encargadas de decorar las piezas. Recurren con frecuencia a motivos florales, de ahí los nombres de rameaoras que se les ha dado a las artesanas y de rameao que recibe su tarea. No utilizan pinceles, sino pequeños contenedores de hojalata, especie de alcuza (alcuzas o simplemente latas) provistos de un largo pico aguzado (pico) a través del cual fluye el color. Cada frasco contiene un color definido, ya sea azul, rojo, amarillo, marrón o verde (a base de óxidos de hierro, cobre, manganeso, cobalto, etc. que se adquieren principalmente en Cartagena).

Los patrones geométricos más variados (líneas en espiral, semicírculos, líneas paralelas horizontales o verticales, guirnaldas, grecas o estrellas) y flores llenan las superficies de los recipientes. A menudo, los colores se mezclan dando lugar a efectos curiosos como el jaspeado[3].

Los hornos de Níjar recuerdan a los de Ugíjar, pero son un poco más grandes. Normalmente se llegan a apilar dentro de ellos hasta 900 piezas de tamaño medio. La cocción dura de 10 a 12 horas y los hogares se rellenan con haces de romero, sarmientos, etc.

A los cacharros retirados del horno se les quitan las trébedes y se ponen en venta inmediatamente. Entre estos enseres se encuentran sobre todo fuentes, platos, tazones grandes, morteros, una amplia variedad de floreros (Lám. III, fig. 18-20; Lám. V, fig. 3-4), ollas, maceteros, ceniceros, etc. Cada artesano se especializa adicionalmente en la elaboración de piezas específicas, como servicios de cerveza (Lám. III, fig. 16-17) o de café, sobre cuya elaboración  conserva el monopolio.

Los alfareros Níjar trabajan todo el año, pero la temporada alta se prolonga desde mayo hasta septiembre, época en la que no cae ni una gota de agua y el viento caliente y seco permite un secado rápido de las piezas. A los alfareros son ayudados por asistentes contratados en la propia familia. Aquí los artesanos se dedican plenamente a su profesión, al contrario que en otros lugares, donde disponen de tiempo para ocuparse de las tareas del campo. El salario que cobran las mujeres es un tercio inferior al de los hombres. Ellas son las que se encargan a menudo de pequeñas tiendas en el pueblo, donde venden los productos de elaboración propia.

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La cerámica de Sorbas

El pintoresco pueblo de Sorbas domina la ruta que procedente de Levante se dirige hacia Almería. Allí, como en Níjar, muchas familias se dedican a la industria cerámica. Los productos de estos dos centros, por otra parte complementarios, se exportan a casi las mismas zonas y con frecuencia se encuentran juntos en mesas y cocinas.

Las fábricas de Sorbas, como las de Níjar y Ugíjar ocupan superficies reducidas, pero todas tienen taller, horno y cobertizos para secar las piezas, almacenar la leña que mantiene el fuego (sobretodo romero) y la arcilla que se utiliza, así como estanques de evaporación. También tienen algunas máquinas.

Se utilizan dos clases de tierra: una de  color rojizo, procedente de un yacimiento que está a 10 km de la aldea, y que se emplea para todo. Y otra, de color beige, extraída en las inmediaciones de Sorbas, que se usa sólo para fabricar, con ayuda de maquinaria, tejas, ladrillos y jarras para agua. Esta arcilla se pasa por máquinas trituradoras inmediatamente después de la extracción, ya que contiene muchas impurezas. Después se mezcla con agua en los estanques.

Los procesos de fabricación son idénticos, a grandes rasgos, a los indicados para otros lugares.

Los objetos se secan a la sombra en verano y al sol en invierno (tejas, ladrillos y cántaros al sol en cualquier época del año). Se someten después a una cocción ligera durante unas horas (esta operación se denomina en español dar la cochura). Después reciben sólo por el interior un baño de sales de plomo al 85%. Se trata del glaseado. El secado dura sólo una o dos horas. Sigue la verdadera cocción que se prolonga durante unas siete horas. Como en Ugíjar, las piezas no se decoran.

Los hornos de Sorbas son similares a los de Níjar (Lám. II, fig. 6). No se utilizan trébedes. La cámara interior está compartimentada por medio de pilares y humares (véase Fajalauza). En función de los caprichos de las llamas, los objetos salen del horno más o menos oscuros.

En su aspecto más tradicional, la cerámica de Sorbas cuenta con tres tipos de recipientes bien definidos (Lám. III, fig. 21-23; Lám. V, fig. 5-6). En primer lugar una gama de cuatro escudillas llamadas peroles (Lám. V, fig. 5). Luego, una serie de cinco marmitas (ollas), con la típica apariencia y fondos curvos o planos, que se emplean en la preparación de alimentos (Lám. III, fig. 21) o, provistas de una pequeña tapa de terracota y llenas de aceite de oliva para la conservación de quesos y embutidos (Lám. III, fig. 22, Lám. V, fig. 6). Finalmente los platos para cocinar (peroles), de cinco tamaños diferentes, dotados con dos pequeñas asas opuestas (Lám. III, fig. 23) añadidas después, como a las marmitas en otros lugares.

Para satisfacer las demandas de la vida moderna, los alfareros de Sorbas han comenzado a hacer en los últimos años nuevos objetos: cafeteras, teteras, etc. También se dedican a hacer peroles, ollas y perolas en miniatura para deleite de los niños.

 

 

 

 

 


[1] En el original «La charge nécessaire équivaut à 4 ases». Al no encontrar traducción plausible para la término «ases», hemos supuesto que Spahni transcribió la palabra castellana «haces» tal como la oyó pronunciar a sus informantes. (Nota del traductor).

[2] Cabanas, Rafael: «Níjar y su industria cerámica». Estudios geográficos. V. 14 (1953),  pp. 655-661.

[3] Este jaspeado se ha descrito en otros lugares, especialmente en Colovrex, en el cantón de Ginebra. Ver a este respecto el muy interesante estudio: de Freire de Andrade,  N. y de Chastonay, P.: «La derniere poterie rustique genevoise». Arch. suisses Anthrop.  gen. T.  XXI (1956), p. 113.

 

Jean-Christian SPAHNI: «Quelques aspects de la ceramique populaire dans les provinces de Grenade et d’Almeria (Espagne)». Bulletin annuel du Musée et Institut d'Ethnographie, Genève 1958. No. 1, pp. 8-13. Traducción de Jorge García para Recuerdos de Cástaras (www.castaras.net), por cortesía y con permiso del Museo de Etnografía de Ginebra (MEG) www.ville-ge.ch/meg.

 

 

 

 

 

 

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Copyright © Jorge García, para Recuerdos de Cástaras (www.castaras.net), y de sus autores o propietarios para los materiales cedidos.

Fecha de publicación:

19-7-2010

Última revisión:

10-02-2023