Como ha dicho Ángel, soy la hermana de Manolo. Mi
madre, debido a su mucha edad y a los achaques que se derivan de la misma, no ha
podido venir. Lo que no impide que yo le transmita todo lo que aquí hoy tiene
lugar y ya pueden comprender, la situación emocional, que esto va a suponer
para ella. Pero a la vez también en su nombre, y en el mío propio, quiero
daros las gracias a todos los que hoy estáis aquí.
Sin duda es un gran día para todos y a todos os
quiero agradecer vuestra presencia y daros mis más sinceras y emocionadas
gracias en especial a Ángel y al pueblo de Nieles, como promotores y
realizadores del evento, a los compañeros y amigos con mayúscula de Manolo,
que compartieron con él, la ilusionante y evangelizadora tarea de realizar
aquellos proyectos ya lejanos de sus primeros años como pastor y seguidor de
Cristo. Seguro que siempre los retuvo entre sus mejores recuerdos.
Manolo quería a la gente, a la Alpujarra, a su
Alpujarra, era un alpujarreño y ejercía y actuaba como tal, conocía las
costumbres, los modos y formas de vida de todos nosotros. Era uno más, o quizás
el mayor servidor de la comunidad a la que pertenecía. Siempre con la
significativa opción por los pobres.
Seguro que hoy nos está viendo y agradeciendo todo y
a todos. Seguro que hará todo lo que se pueda por nosotros; nosotros nunca lo
olvidaremos.
Y para terminar, vuelvo a daros las gracias en su nombre, en el de mi madre, y en el de mi familia, algunos de cuyos miembros se encuentran aquí hoy. A todos, una vez más, gracias.
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INTERVENCIÓN
DE DON JUAN MANUEL JEREZ HERNÁNDEZ
Manuel Hernández tuvo una vida corta pero tan intensa y fecunda que no le hizo falta más tiempo para servir tanto y tan bien a la Sociedad, especialmente a sus miembros más humildes y humillados. Y lo hizo desde el punto vista del Cristianismo más auténtico, siguiendo el ejemplo de Jesús, el hombre, más que el de Cristo, el ungido. No fue un curita buena persona que se acercaba a los pobres para consolarlos, fue un sacerdote comprometido, que vivió por el pueblo y con el pueblo, buscando la raíz de sus males para atajarlos con eficacia y combatiendo la injusticia desde su origen y no solo paliando sus efectos.
Manolo fue un hombre íntegro en todos sus aspectos, limpio, decidido, valiente y libre donde los haya, que desde su libertad personal luchó por las libertades de todos en unos tiempos en que eso de la libertad de expresión, reunión y asociación, que ahora parece tan sencillo, costaba un gran esfuerzo y entrañaba un peligro enorme.
No lo hizo solo. Con un equipo de sacerdotes del mismo talante, algunos de los cuales nos honran hoy con su presencia, ejerció lo que yo llamo Pastoral vigilada por la Guardia Civil, en zonas muy representativas de la Andalucía profunda, primero en esta Alpujarra, pobre y empobrecida; luego, en la comarca malagueña de Antequera y Archidona, oprimida por un caciquismo secular. Evangelizó rompiendo moldes. Partiendo de que, como él mismo escribió, “los pobres aunque no sepan leer y escribir, sí saben pensar” les ayudó a hacerlo con sencillez y eficacia, editando libros y publicaciones al alcance de las mentes más sencillas. Les ayudó también a plasmar sus pensamientos en hechos: a organizarse en sindicatos, a conseguir su propio trabajo sin depender de los caprichos del patrón y a trabajar por una sociedad abierta, libre y democrática sin miedo a la crispación de los poderosos.
Pero un buen día, Dios lo llamó a través de una colecistitis complicada con pancreatitis aguda, mal del que muy pocos se salvan. Y él resistió, quería hacer más cosas y siguió haciéndolas en la medida en que sus decrecientes fuerzas le permitieron. Pero aquello continuó como si de un castigo se tratara: con una resignación ejemplar, conoció el propio dolor, sufrió los médicos, las medicinas, los hospitales, la cirugía y vivió el cariño y el apoyo de quienes él antes había apoyado. Por fin, al cabo de diez años se fue para seguir trabajando desde allí por todo y por todos.
Y quien sabe si no ha puesto allí a curas, obispos, cardenales, beatos y santos y a fundar cooperativas, o a escribir obras en lenguaje sencillo para ser leídas por quienes no leen. O les ha hecho remangarse hábitos y sotanas para trabajar, codo con codo, en la construcción de una carretera hacia la modernidad y el progreso de la Iglesia.
Hoy, la mejor forma mantener vivo el recuerdo y honrar la memoria de este hombre que, como ha dicho Ángel, “compartió con vosotros, las mismas gachas y el mismo pan; cuando lo había… y aquellas reuniones donde se hablaba de la vida, de vuestras vidas, de vuestros problemas y sus soluciones”, es seguir su ejemplo y continuar su trabajo hacia la consecución de una sociedad más justa.
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INTERVENCIÓN
DE DON ÁNGEL BAÑUELOS
En nombre del pueblo de
Nieles doy la bienvenida a todos los asistentes a este homenaje a Manuel Hernández,
el cura don Manuel, y en especial a su hermana Carmen Hernández, quien nos
honra con su presencia al igual que el resto de familiares y amigos que nos
acompañan en este acto.
Desde agosto de 1968 a
enero de 1974, Manuel Hernández fue
párroco de Nieles y Cástaras. Eran tiempos difíciles,
tiempos de emigración a
Pamplona, Barcelona, Lérida, o Andorra, lejos
de la dureza de una tierra escasa y mal repartida, donde los hombres y mujeres
de Nieles trabajaban día a día con la utópica esperanza de un futuro mejor. Y
allí estaba don Manuel, junto a todos, compartiendo la utopía, porque solo el
camino de la utopía permite alcanzar ciertos horizontes, trabajando codo con
codo, incansable, con la energía y la fuerza que nace de la generosidad, con la
palabra y con las manos; en la iglesia y en la tierra.
Después del tiempo
transcurrido, el recuerdo de don Manuel permanece vivo en esta plaza,
en las calles, en las veredas y bancales de nuestra vega, en los
almendros y olivos, que como uno más, el también vareó. Le recordamos
compartiendo mesa con nosotros, las mismas gachas y el mismo pan; cuando lo había,
o durmiendo en el suelo tras una dura jornada
de trabajo, con una simple jarapa como lecho.
Le recordamos junto a nosotros, en aquellas reuniones donde se hablaba de
la vida, de nuestras vidas, de
nuestros problemas y sus soluciones.
En aquellos años,
Nieles era una pequeña aldea perdida en el corazón de la Alpujarra granadina.
Las comunicaciones con el mundo exterior eran las mismas que habían existido
desde hacía siglos, es decir, pequeños caminos de herradura. Por esos caminos
había que ir a comprar medicinas,
o a buscar al médico;
a veces a lomos de mulo, a veces andando con los chiquillos a cuestas, por la
rambla abajo, hasta el Castillejo donde se cogía
el autobús a Granada.
Había que hacer algo.
Aquella situación no era digna de un tiempo
en que el ser humano ya había viajado seis veces a la luna . Manos a la obra
pues. El pueblo de Nieles con don
Manuel a la cabeza, tras diversas gestiones,
con ilusión, tesón y duro trabajo comenzó a construir
la carretera a Juviles, quizás
la obra más importante hecha por los vecinos desde que siglos atrás se
construyera la acequia real. Meses de trabajo en común, salvando dificultades día
a día, domando la retorcida tierra alpujarreña, curva
a curva, palmo a palmo, hasta llegar a la plaza, a esta plaza en la que
ahora nos encontramos.
Una obra que solo un
pueblo unido podía hacer. Atrás quedaron siglos de incomunicación y olvido,
y aunque quedaba mucho por hacer, aquella
carretera era un primer paso, el paso de un pequeño pueblo con corazón de
gigante, en cuyo interior quedará guardado para siempre, el recuerdo de don Manuel.
Muchas gracias.
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Como veis, creo que esta
madre y gran mujer, es merecedora, además, de compartir este homenaje con su
hijo, que seguro nos estará viendo, darle las gracias por todo lo que ha hecho
en beneficio de los demás, estoy seguro que también lo hubiese echo por todos
nosotros si la hubiéramos tenido en Nieles.
Ella seguro que no me recuerda, pero para que se sitúe y sepa quien le
está hablando, le diré que yo fui comandante de puesto de la guardia civil de
Laroles, hace 30 años.
En aquel tiempo, no teníamos
Seguridad Social, los medicamentos los teníamos que comprar, y ella nos los
facilitó gratuitamente hasta que nos incorporaron al actual régimen sanitario.
A algunos guardias civiles, les dio medicamentos desinteresadamente, durante dos
años; pero no penséis que esto lo hacía porque éramos la guardia civil, no,
esto lo hacía con todos los vecinos del pueblo de Laroles que lo necesitaban, y
con los limítrofes como Mairena, Picena y otros. Seguiría contando cosas de
ella, pero no quiero entorpecer a los organizadores de este homenaje.
Pido un caluroso
aplauso, para esta gran mujer y madre andaluza.
Ya que estamos hablando
de madres, le vamos a dar también un fuerte aplauso, a todas las madres aquí
presentes y, a las que se fueron y nos dejaron para siempre.
Gracias.
INTERVENCIÓN DE MARIA
ASUNCIÓN RODRIGUEZ
Cuando
me enteré de la propuesta para hacer un homenaje a Manuel Hernández me agradó
enormemente la idea, ya que para mí, como para la gran mayoría del pueblo, fue
un cura que dejó una huella inolvidable.
Manuel o Manolo, como el quería que se le llamara, era una persona estupenda; no tengo palabras para definirlo. Como cura el mejor, el que más se ha preocupado por el pueblo.
Yo le
recuerdo como un cura innovador reformista y esto a los jóvenes de entonces nos gustaba, no teníamos la libertad que hay ahora.
En aquellos años el problema más grande que teníamos en el pueblo era la
comunicación con los demás pueblos, no había carretera. El luchó para
conseguir que esta se construyera, (la carretera de Nieles a Jubiles) trabajando
día a día, venciendo todos los obstáculos, consiguiendo dinero, hasta verla
terminada.